El álbum que iluminó el camino de la banda a la grandeza.

Es tentador ver Holy Fire como la obra inaugural que reivindica el regreso de la gran era de la guitarra en 2013. Foals, alejados del típico molde del “lad rock”, se han labrado un camino propio al profesar su amor por el pop y el experimentalismo, transformando su sonido en una fuerza imparable y arrolladora.

Desde sus inicios en Antidotes (2008), repleto de energía cruda y ritmos casi palpables, hasta el ya más atmosférico Total Life Forever (2010), la banda ha ido evolucionando con determinación. Con Holy Fire se da la consagración: un disco que, lejos de conformarse, se arriesga, se reinventa y nos invita a adentrarnos en un viaje sonoro tan electrizante como introspectivo.

La apuesta se cristaliza en los dos sencillos que abrieron el camino: “Inhaler” y “My Number”. La primera es un torrente de emociones, un ascenso paulatino que desemboca en una caída brutal de guitarras metálicas distorsionadas, un momento tan perfectamente cincelado que uno sospecha que cada compás fue creado con la única intención de hacerte perder el aliento. En “My Number”, esos mismos elementos que pudieron haber quedado en las sombras de Antidotes se transforman en una propuesta muscular y renovada, impulsada por un ritmo-guitarra que evoca la precisión de Nile Rodgers y el espíritu visionario de los Talking Heads, mostrando a Foals como la encarnación de la audacia moderna.

Pero Holy Fire no se define solo por su dinamismo enérgico; es también un confesionario de emociones profundas. Temas como “Late Night” y “Out of the Woods” se convierten en el eco sincero de Yannis Philippakis, revelando sus desvelos, sus batallas personales y ese anhelo desesperado por hallar la salida en medio de la oscuridad. Frases que rozan lo poético –“El lugar más hermoso que he visto / Las olas blancas y los pinos / Claveles rojos en el mar”– se deslizan con naturalidad, elevando la crudeza de la experiencia a un plano casi místico.

Es cierto que, en su segunda mitad, el álbum adopta una cadencia más pausada. Canciones como “Providence” y “Stepson” parecen, a veces, repetir fórmulas conocidas –“Solo soy un animal, ¡como tú!” retumba en medio de la euforia de los escenarios – pero estos pequeños tropiezos se disuelven ante el conjunto monumental de una obra que es, ante todo, una declaración de intenciones. No se trata de escribir baladas para llenar vacíos emocionales ni de crear himnos trillados para el público de siempre, sino de esculpir un legado que se sienta en cada fibra del rock alternativo moderno.

Holy Fire es la llama sagrada que enciende el escenario al caer la noche, la declaración de una banda que se niega a quedarse en la comodidad del pasado y que, con cada nota, demuestra que la reinvención puede ser tan brutal y poética como una tormenta eléctrica en plena oscuridad. Un manifiesto de audacia y creatividad, que no solo conquistó los corazones de sus seguidores en pequeños teatros, sino que también abrió las puertas a colosos como el Royal Albert Hall, Coachella y Glastonbury.

En definitiva, este álbum es mucho más que una colección de canciones: es el estandarte de una evolución sonora sin compromisos, una invitación a sumergirse en un viaje emocional y visceral que sigue encendiendo pasiones en cada show en vivo, reafirmando a Foals como uno de los referentes imprescindibles del rock alternativo.

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